domingo, 11 de mayo de 2008

Dos Madres Ejemplares

0 comentario(s)

Es bueno que en días como este nosotros exaltemos la figura, la paciencia, el ejemplo, la dedicación de nuestras madres, exaltándolas hasta un grado superlativo.

Recitamos del libro de Proverbios las expresiones más increíbles hechas jamás hacia una mujer. Es una elegía que eleva nuestro pensamiento, especialmente aquellos de nosotros que nuestra madre ya no nos acompaña. Podemos idealizarla con estas hermosas palabras:

Proverbios 31:10-31 (Palabra de Dios Para Todos)

Una mujer ejemplar, ¿quién la encontrará? ¡Vale mucho más que las piedras preciosas! Su esposo confía totalmente en ella, ¡y cómo no le habrá de beneficiar! Le hace bien a su esposo toda su vida; nunca le traerá problemas. Ella recoge lana y lino, y trabaja feliz con sus manos. Es como un barco de un lugar lejano que de todas partes trae provisiones a la casa. Se levanta bien temprano en la mañana, da de comer a su familia y a las criadas. Va a ver un terreno, lo compra y usa el dinero que ha ganado para plantar un viñedo. Ella trabaja muy duro, fuertemente, y es capaz de hacer todo su trabajo. Comprueba que sus negocios marchan bien y trabaja hasta tarde en la noche. Ella hace sus propias telas y teje su propia ropa. Siempre tiene algo que dar a los pobres y ayuda a los necesitados. Ella no teme por su familia cuando nieva porque a todos los tiene bien abrigados. Hace sábanas para las camas y usa ropa fina. La gente respeta a su marido porque es uno de los líderes de la región. Hace y vende ropa de lino; suministra cinturones a los comerciantes. Es alabada por la gente y todos la respetan; espera el futuro con confianza. Habla con sabiduría y enseña a la gente a ser amorosa y amable. Jamás es perezosa; cuida que todo marche bien en la casa. Sus hijos hablan bien de ella, y su esposo la alaba y dice: «Hay muchas mujeres buenas, pero tú eres la mejor de todas». La gracia y la belleza son engañosas, pero la mujer que respeta al Señor es digna de alabanza. Que se le dé el reconocimiento que merece; y se le felicite en público por todo el bien que ha hecho.

Sin embargo, no podremos encontrar una mujer que llene este modelo ideal de lo que es una mujer ejemplar, porque no es un reflejo de la realidad.

Hoy quiero recordar dos mujeres que sí fueron ejemplares, aunque no perfectas; amantes de Dios, aunque no sin lágrimas; conocedoras de la Palabra y verdaderas madres ejemplares, que decidieron echar a un lado el anhelo natural maternal de proteger y mantener en su regazo a sus hijos para que éstos pudieran dar paso a la obra que ya el Señor había separado para cada uno de ellos.

Ana, la madre del profeta Samuel, y María, la madre de Jesús de Nazaret, Salvador del mundo.

Ambas incomprendidas, una por un sacerdote apartado de la verdad y otra exaltada a una posición insostenible por una multitud apartada de la Verdad del Evangelio de su Hijo.

Una en el AT, y la otra al comienzo del Nuevo Pacto, ambas mujeres de oración poderosa, como podemos atestiguar cuando leemos hoy las oraciones que nos han quedado grabadas en la palabra de Dios.

La primera, Ana oró de la siguiente manera cuando Dios escuchó su petición por un hijo y le dio a Samuel (que significa "Dios oye"), el cual sería el último juez y el primer profeta de Israel:

Ana había sufrido mucho anhelando un hijo, porque era estéril y la otra esposa de su marido, Penina, la molestaba mucho con esto. Se presentó ante Dios y orando, Le dijo: "Dios mío, mira lo triste que estoy. ¡Acuérdate de mí! No me olvides. Si me concedes un hijo, te lo entregaré a ti. No beberá vino ni bebidas embriagantes, y nunca se cortará el cabello".

Elí, el sacerdote, pensó que estaba borracha, y la tuvo a menos. Cuando Ana le explicó lo que pasaba, él la bendijo, diciendo: "Ve en paz. Que el Dios de Israel te dé lo que pediste".

Cuando Ana concibió su hijo, cumplió su palabra al Señor y entregó a su hijo como SACRIFICIO SUYO PERSONAL para que sirviera delante del Arca en Silo. Se resignó a su posición de madre amorosa y permitió, de este modo, que su hijo cumpliera el propósito para el cual Dios lo había traído al mundo.

Ella pudo darse cuenta de la importancia de la labor que su hijo estaba destinado a desempeñar e incluso pudo adelantarse en su visión y profetizar la venida del Mesías, el Ungido.

1 Samuel 2:1-10

1 Y Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en Jehová, Mi poder se exalta en Jehová; Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me alegré en tu salvación. 2 No hay santo como Jehová; Porque no hay ninguno fuera de ti, Y no hay refugio como el Dios nuestro. 3 No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones. 4 Los arcos de los fuertes fueron quebrados, Y los débiles se ciñeron de poder. 5 Los saciados se alquilaron por pan, Y los hambrientos dejaron de tener hambre; Hasta la estéril ha dado a luz siete, Y la que tenía muchos hijos languidece. 6 Jehová mata, y él da vida; El hace descender al Seol, y hace subir. 7 Jehová empobrece, y él enriquece; Abate, y enaltece. 8 El levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra, Y él afirmó sobre ellas el mundo. 9 El guarda los pies de sus santos, Mas los impíos perecen en tinieblas; Porque nadie será fuerte por su propia fuerza. 10 Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, Y sobre ellos tronará desde los cielos; Jehová juzgará los confines de la tierra, Dará poder a su Rey, Y exaltará el poderío de su Ungido.

¡Palabras de excelencia pronunciadas por una mujer totalmente abnegada en su entrega a Dios! Solamente es posible comparar su dedicación a la otra madre ejemplar que nos ocupa en esta mañana: una virgen joven, inocente, dedicada y bienaventurada por demás entre todas las demás mujeres de ninguna época, pasada o presente (como bien le dijo el ángel Gabriel cuando le dio la noticia de su alumbramiento: "bendita tú entre las mujeres").

También esta mujer tuvo que soportar la incomprensión, estando desposada ya con un hombre y tener que darle la noticia de que iba a tener un Hijo especial, que no sería suyo. Causa suficiente para apedrearla en medio de la asamblea del pueblo.

Sin embargo, también fue muy favorecida, como lo fue Ana y fue ejemplo de entrega y sumisión, aceptando humildemente su condición, de manera distinta a la manera en que tantos le han colocado en una posición mayor que la que le correspondía.

María conocía su lugar; no tan solo se sabía madre, tutora, amiga y maestra de su Hijo, sino que también sabía que era sierva y criatura suya por cuanto Él es el Creador de todo cuanto existe. Cuando aquél ángel se le apareció, anunciando la venida del Salvador del mundo, María le contestó de la manera más sumisa:

He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.

Un poco más tarde, al visitar a su prima Elisabet, profirió una de las oraciones más estremecedoras de todas las que podemos leer en la Palabra de Dios:

Lucas 1:46-55

46 Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; 47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. 48 Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. 49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, 50 Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen. 51 Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. 52 Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes. 53 A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos. 54 Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia 55 De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.

Aquí podemos ver un corazón entregado a su Dios, conociendo su posición como criatura de Su creación y exaltando a Quien solamente merece ser exaltado.

Esta es la madre ejemplar que asistió a los principales eventos en la vida de su Hijo tan querido, pero quedándose siempre a una distancia. Preocupada, como la vez que envió a Sus hermanos a ver cómo estaba, pero sin entrometerse indebidamente en Su obra.

Así la vemos en Su primer milagro, cariñosamente instándole para que comenzara Su vida pública, pidiendo a los sirvientes que hicieran lo que su Hijo les dijese. También la vemos en Capernaúm llevando una vida escondida de las multitudes, pero seguramente pendiente de todo lo que acontecía con Jesús.

Desde que nació el niño le habían dicho que "una espada traspasaría su corazón" y fue así cuando fue testigo del sufrimiento de su Hijo en la cruz del Calvario. También ahí dio señas de humildad cuando aceptó ser recibida por Juan como "su madre" y aceptarle a él como "su hijo". Y su dolor no detuvo su participación en el día de Pentecostés, reunida con los demás en el "aposento alto", esperando y recibiendo como todos ellos la bendición y el bautismo del Espíritu Santo, la Promesa del Padre.

Dos madres ejemplares, de las cuales recibimos una lección que verdaderamente describe lo que es ser una "mujer virtuosa", no la mujer idealizada del Libro de Proverbios, sino mujeres de carne y hueso que llevan en su corazón todas las emociones, sufrimientos, alegrías, tristezas, logros y tropiezos de sus hijos que son carne de su carne y hueso de sus huesos.

Mujeres reales, de todos los días, que ceden su lugar en la historia solamente para que sus hijos puedan tener lo mejor que Dios ha provisto para ellos.

¡Dios bendiga a todas las madres en su día!